Me gusta dibujar y pintar desde siempre.
Mi padre fue un ser maravilloso, y de parte de él aprendí a amar el arte.
Sus manos eran mágicas, convertían objetos en joyas y pinturas en obras de arte.
Era un simple tornero en madera. En nuestra casa en la terraza estaba el galpón, ahí Santiago, mi padre, tenía el torno con el cual trabajaba y hacía su magia.
Todo lo que se puedan imaginar en madera, él lo transformaba con sus manos.
Hacía barandas para escaleras, bien torneadas con un elegante diseño que él mismo creaba.
Además, hacía juegos de copas y tacitas de té, en madera, con sus respectivas bandejas, platitos y cubiertos, todo en miniatura, graciosamente amalgamadas y barnizadas, ceniceros, alhajeros y muchos adornos más que luego vendía.
Mangos de sables, los cuales se exhibían, en otros tiempos, sobre las estufas en señoriales comedores de casonas antiguas a modo de cuadros.
Molduras diversas para enmarcar cuadros o terminaciones de muebles.
En fin, todo un artista con un marcado buen gusto, una exquisita prolijidad, y un enorme amor por la madera.
Además de gustarle la lectura, dibujaba y pintaba paisajes espectaculares con sus acuarelas y lápices de colores bien combinados, obras que después regalaba.
Y si les digo que tenía sólo tercer grado cursado en la escuela...es así, mi padre tuvo que trabajar desde muy chico para ayudar en su humilde casa, es por eso que no pudo estudiar.
Por todo esto, desde muy chica me nutrí de ese maravilloso y desconocido artista para muchos, que fue mi padre: Santiago.
Siempre tenía un papel y lápices garabateando sus diseños y yo a su lado imitándolo a mis 4 ó 5 años. Imagínense mis obras de ese entonces, irrepetibles seguramente.
Y así fui creciendo, metida en ese mundo con olor a madera, pisando virutas en ese galpón y, dibujando y pintando con amor.
Bueno espero no haberlos abrumado con parte de mi historia, sólo es un pedazo de mi vida para entender como llegué hasta acá.